No todos los que vagan están perdidos.
Desperté en un claro del bosque
desnudo y desahuciado
luego de deambular sin rumbo
ni propósito alguno,
infintios laberintos sin nombre.
Alcé la vista al cielo
todavia pleno de estrellas,
y cerré los ojos
entornado el alma,
pues mi espíritu habita
a la deriva de los versos
que yacen bajo las ramas.
Tomé entonces mi canoa blanca
dejando tras de mí
interminables campos de almas,
susurrando mi nombre
bajo su lechoso manto de escamas.
En la eterna noche invernal
cautivas en el viento gimen lastimeras
azotando la espuma de las olas
en un eterno crepúsculo atrapadas.
Mas las nuestras no estaban.
Dejé entonces mi canoa blanca
varada en el abismo nebuloso del cosmos
y volví a dormir de nuevo
entornando el alma,
en busca de otros puertos
y campos de almas,
pues mi espíritu habita
a la deriva de los versos
que yacen bajo las ramas.

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