DEUS EX MACHINA
Creo que no hay cosa más deprimente
en este mundo que sentarse frente a un lienzo en blanco y darse uno cuenta, en
ese preciso instante, que no tiene nada que expresar, porque el desolado
páramo - en el que se ha convertido el alma -, no alberga ya un sentimiento
verdaderamente puro y sincero que pueda imponerse a la terrible apatía existencial
que nos gobierna.
No sabría decir cuando comencé a
experimentar tan angustiosa situación. Simplemente un día gris e insulso como
otro cualquiera advertí en lo más profundo y sucio de las entrañas, que había
anidado en mí la más indolente y cruel indiferencia.
Lo sé. Suena bastante deprimente,
pero así era como me sentía por aquel entonces, inerme, desahuciado y
abatido. No sé cuál fue el punto de inflexión en mi vida, el
concreto instante en el que dejé de creer en mí. Quizá si lo vi venir, pero
no acerté a valorar la profunda pérdida espiritual que estaba a punto de padecer
o simplemente decidí estúpidamente ignorarla. A veces es francamente
difícil engañarse a uno mismo por mucho que uno se empeñe, o ponga todo su
esfuerzo en intentarlo.
Recuerdo - en no pocas ocasiones -, haber querido terminar con todo. Arrojar mi
vida por la borda y desaparecer en silencio, solo, sin hacer ruido. Hasta
que un día comprendí, sollozando en el lóbrego y oscuro pozo en el que me
había abandonado, que si pasas demasiado tiempo contemplando el abismo,
éste siempre acaba por devolverte la mirada para arrastrarte sin piedad a los
más negros confines del alma. Lo más duro nunca es la caída, sino conseguir
regresar de ese infierno (que no deja de ser el tuyo propio) con las pelotas en
su sitio.
Iba a emprender un viaje que me
aterraba, lo reconozco, pero si quería volver a la vida, (y digo “vida” en
la verdadera y más trascendental dimensión de la palabra), sabía que debía
aniquilar a mi álter ego y llegado el momento tomar una decisión. La
decisión que iba a cambiarlo todo. Porque vivir (que no
sobrevivir) se basa en eso. En tomar decisiones, acertar o equivocarse es
lo de menos, lo que realmente cuenta es decidir y tener el aplomo
suficiente para encajar los golpes que, más pronto que tarde, sabes que
llegarán. De lo contrario solo serás una marioneta en manos del
destino, y el destino es una puta caprichosa que nunca está satisfecha con
nada.
Verán,
en mi caso, comprendí al fin qué mi mayor virtud había sido, al mismo
tiempo, mi mayor debilidad. Un cierto talento innato para desenvolverme
eficazmente en la vida enarbolando siempre la ley del mínimo esfuerzo. Por
tanto sin objetivos ni ambiciones, porque había decidido puerilmente creer
que no existían ya causas dignas de mi talento ni mi esfuerzo.
Pero en realidad solo
tenía miedo. Un miedo irracional e infantil al rechazo, al
fracaso, a caer en el intento, o simplemente a no estar a la altura de las
circunstancias o las expectativas que otros habían depositado en mí. Cuando el
miedo te domina estás realmente jodido.
El castigo más cruel es
siempre defraudarse a uno mismo, porque alumbras en el espíritu un vacío
desconsolado y voraz que al final acaba por consumirlo todo
inexorablemente. No hay lugar en el que esconderse del peso de la
conciencia, ni juicio más demoledor que el que te arroja con saña tu
imagen en el espejo. En la vida no cuentan las veces que muerdes
el polvo, importan las que te alzas dispuesto a continuar luchando con los
puños cerrados y los dientes apretados.
Somos lo que hacemos, por acción u
omisión, porque al final siempre son nuestros actos los que nos definen. No hay
dioses que nos gobiernen, ni profetas o gurús que puedan revelarnos el
camino a seguir. No han existido nunca. Estamos solos en éste basto y
complejo universo, y en el devenir de mis años más aciagos solo he
reconocido una verdad irrefutable, una ley que como una epifanía existencial se
ha revelado siempre inmutable e inapelable a lo largo de mi vida, y
no es otra que la causalidad.
Porque al final todo se reduce a lo
mismo. En un mundo en el que todos estamos conectados no hay hechos sin consecuencias.
Tan sencillo y extraordinariamente absurdo como tirar piedras a un estaque.
DEUS EX MACHINA
DÆNØR

GUAUUU!!!
ResponderBorrarMuchas gracias guapetona.
BorrarImpresionante reflexión. El gesto de una piedra en el agua siempre provoca una consecuencia.. Ondas transversales, cualquiera de nuestras acciones o inacciones también provocan movimientos, por sutiles que estos parezcan generan consecuencias. Que duro es bajar a los infiernos y que bello resurgir renovado...
ResponderBorrarPero como te quiero ... jajaja.
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